Agnus Dei, Francisco de Zurbarán

Agnus Dei, Francisco de Zurbarán

Tuesday, February 21, 2017

«Para dirigir en el camino de la santidad hace falta ya tener un camino recorrido para ser ayuda y no freno», por el P. Bohigues

El Servicio de Información Católica de la la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española (CEE), entrevista al P. Santiago Bohigues Fernández, director del secretariado de la Comisión Episcopal del Clero de la CEE. El sacerdote aborda la tarea de los directores espirituales que ayudan a los fieles a andar en santidad.

Santiago Bohigues Fernández es el director del secretariado de la Comisión Episcopal del Clero que se encarga de la formación y acompañamiento de los sacerdotes una vez ordenados. Muchos sacerdotes son directores espirituales para el acompañamiento de los fieles que lo soliciten, en definitiva están ahí para «dar buen consejo al que lo necesita».

Le entrevistamos para que explique cómo se tiene que formar un sacerdote para esta tarea y si se utilizan las nuevas herramientas de comunicación en esta dirección espiritual.

Muchos católicos, tienen a su lado un director espiritual al que acuden para que éste les oriente en su vida espiritual y les dé consejo… ¿Es algo necesario en la vida del cristiano tener este tipo de acompañamiento?

Toda persona es en relación con los demás; no somos encerrándonos en nosotros mismos, somos dándonos y entregándonos a los demás. El director espiritual es un acompañante en nuestro peregrinar por la vida, para poder vivir intensamente desde una razón iluminada por la fe. Vivir con un corazón abierto y entregado no es obra humana, es obra del Espíritu Santo. El gran enemigo de la vida espiritual es el autoengaño, por eso es conveniente la ayuda de alguien más maduro en el arte del discernimiento espiritual para no equivocarme.

Dar buen consejo al que lo necesita es precisamente una parte importante del director espiritual… ¿Se debería enseñar en las catequesis a los niños el papel del director espiritual?

El sacerdote que está llamado a ser un buen acompañante espiritual debe ser un hombre de sabiduría humana y cristiana, con sentido común y de profunda vida interior. Ciertamente en la catequesis ayudaría enseñar el arte de distinguir las mociones interiores, las buenas para seguirlas y las malas para rechazarlas. La debilidad humana pide la ayuda de buenos acompañantes en la vida espiritual.

Usted coordina, entre otras cosas, la formación para el clero. ¿Hay formación específica para ser director espiritual? ¿Qué características tiene que tener un sacerdote para ser director espiritual? ¿La dirección espiritual conlleva tener formación, experiencia y por lo tanto más edad?

La Comisión Episcopal del Clero lleva bastantes años organizando cursos de dirección espiritual dirigida a sacerdotes; estos cursos normalmente los imparten padres jesuitas. Al sacerdote encargado de este ministerio se le pide madurez humana, intelectual, espiritual y pastoral. Para acompañar y dirigir en el camino de la santidad hace falta ya tener un camino recorrido para ser ayuda y no freno.

Existen diferentes niveles en el arte de la dirección espiritual: el simple consejo, la conversación edificante, la entrevista… Para ser director espiritual se ha tenido que ser dirigido espiritual. ¿Cómo se aprender a respirar? Respirando; ¿cómo se aprende a nadar? Nadando; ¿cómo se aprende a acompañar? Acompañando y dejándose acompañar. Es verdad, que la experiencia y los cursos de formación pueden ayudar.

En este Año de la Misericordia la dirección espiritual puede ser fundamental… ¿antes quizás de pasar por la confesión?

Lo primero es el bien de la persona: la acogida, la escucha, el dar importancia y valor a cada uno y eso es dirección espiritual. En la presencia del Señor, el hombre experimenta desde la humildad, su debilidad y pecado. Ante la esclavitud del mal, Jesucristo me ofrece la libertad de su amor. Todo hombre necesita, desde la misericordia, el perdón de Dios. La confesión es un sacramento de liberación ante la culpa de nuestras faltas.

¿El director espiritual tiene que ser necesariamente un sacerdote?

Es conveniente aunque no necesario. Toda persona más madura que yo puede acompañarme en la vida espiritual, aunque solamente el sacerdote después de una entrevista me puede confesar.

Con el avance de las redes sociales y otros medios de comunicación, ¿se podría plantear la dirección espiritual a través de estos medios?

Son diferentes niveles de dirección. Es mejor el cara a cara, porque existe una información no verbal que ayuda mucho para entender y ahondar en los diferentes asuntos y problemas, aunque también los consejos espirituales se pueden dar por los medios de comunicación social.

No “Padre”, sino “Don”, por Don Guillermo Juan Morado

No deja de ser una tontería este post. No tiene la menor importancia lo que voy a decir. Pero, a pesar de todo, noto que se emplea cada vez más para referirse a un sacerdote secular – como es mi caso – el tratamiento de “padre”, en lugar del tratamiento, más tradicional entre nosotros – hablo de España – , de “don”.

Es verdad que yo soy del siglo pasado – el XX - , pero jamás he tratado de “padre” a mi párroco, o a mis profesores del Seminario, salvo que fuesen religiosos; es decir, que hubiesen profesado en alguna Orden: Agustinos, Carmelitas, Jesuitas, etc.

Desconozco el motivo por el cual a los sacerdotes de una Orden religiosa se les trata de “padres”. Quizá sea para distinguir entre “padres” – los que han recibido el sacramento del Orden – y “hermanos” – aquellos que, habiendo profesado en esa Orden, no han recibido la Ordenación sacerdotal - .

Pero, a los curas seculares, se nos ha tratado de “don”, no de “padre”. Para ser más exactos, de “Reverendo Señor Don”. O, si uno es canónigo, se le llama: “Muy Ilustre Señor Don”. Y hasta a los obispos y arzobispos: “Excelentísimo Señor Don”. O a los cardenales: “Eminentísimo Señor Don”.

Creo que la generalización del tratamiento de “padre” a todos los sacerdotes debe de provenir de los Estados Unidos. Ahí hablar de “father” equivale, sin más, a referirse a un sacerdote. Eso es habitual en América – incluso en la América hispana - , o en los países de habla inglesa, no aquí, en esta patria nuestra.

Ya digo que es un tema menor. Hay una paternidad espiritual de los sacerdotes, es cierto. No está mal que nos llamen “padres”, pero, no obstante, sigo prefiriendo el título de “don”. Un sacerdote secular no es un religioso. No ha hecho votos. No ha salido del mundo, sino que está en medio de él. Como sacerdote, sin duda, pero también como parte del “siglo”, en lo que en el “siglo” no equivale a alejamiento de Dios.

Estamos en el mundo, no hemos dejado el mundo, aunque no debemos ser mundanos. Ya ha pasado a la historia, eso creo, una especie de complejo de inferioridad del cura secular ante el sacerdote religioso. Casi como, si para ser personas espirituales, hubiese que profesar en una Orden. O para ser intelectuales.

Eso se ha acabado. Los religiosos – y los sacerdotes religiosos – son un bien enorme para la Iglesia. Todos, los que hemos recibido el sacramento del Orden, somos sacerdotes. Pero no me disgusta que me llamen “don” en vez de “padre”, aunque este último tratamiento no me moleste.

En el Ejército no se hacían esas diferencias. Al cura le llamaban “páter”, sin más matices.

Al principio del ejercicio de mi ministerio, alguna personas, ya muy mayores, me llamaban “señor abad”. Me encantaba. Era una especie de tributo a lo que el monacato aportó a la evangelización de Galicia.

Repito, es un post en tono menor, un “divertimento”. Sin mayor trascedencia. Pero, al cura, si no es religioso, se le trata de “don”. Y, cuanto menos tuteos, mejor. No está de más, nunca, el usted. ¡Será que soy del siglo XX !

Sobre el autor:
P. Guillermo Juan Morado es sacerdote diocesano. Doctor en Teología por la PUG de Roma y Licenciado en Filosofía.

El papa Francisco explica las características que deben tener los sacerdotes

El Papa presidió esta mañana en la Plaza de San Pedro la Misa por la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y del Jubileo de los Sacerdotes. Durante 3 días, este evento reunió a más de 6.000 presbíteros y seminaristas en Roma.

El papa Francisco explicó que «el corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido». En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama ‘hasta el extremo’, sin imponerse nunca.

«El corazón del Buen Pastor está inclinado hacia nosotros, ‘polarizado’ especialmente en el que está lejano; allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie».

A lo largo de la homilía, el Pontífice pidió a los sacerdotes que se hagan a menudo la pregunta «¿A dónde se orienta mi corazón?, ¿En dónde se fija mi corazón, a dónde apunta, cuál es el tesoro que busca?».

En respuesta a las dos preguntas, aseguró que «los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros».

«Para ayudar a nuestro corazón a que tenga el fuego de la caridad de Jesús, el Buen Pastor, podemos ejercitarnos en asumir en nosotros tres formas de actuar que nos sugieren las lecturas de hoy: buscar, incluir y alegrarse», aconsejó.

Buscar, incluir, alegrarse

El Papa recordó que Dios va en busca de la oveja perdida «sin dejarse atemorizar por los riesgos; se aventura sin titubear más allá de los lugares de pasto y fuera de las horas de trabajo».

«No aplaza la búsqueda, no piensa: ‘Hoy ya he cumplido con mi deber, me ocuparé mañana’, sino que se pone de inmediato manos a la obra; su corazón está inquieto hasta que encuentra esa oveja perdida. Y, cuando la encuentra, olvida la fatiga y se la carga sobre sus hombros todo contento».

El corazón que busca, por tanto, «no privatiza los tiempos y espacios, no es celoso de su legítima tranquilidad, y nunca pretende que no lo molesten». «¡Ay de los pastores que privatizan su ministerio!», exclamó.

Pero además, «el pastor, según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se preocupa de proteger su buen nombre, sino que, por el contrario, sin temor a las críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor».

Francisco también señaló que el pastor es «un buen Samaritano en busca de quien tiene necesidad». «Es un pastor, no un inspector de la grey, y se dedica a la misión no al cincuenta o sesenta por ciento, sino con todo su ser», afirmó.

El Pontífice explicó también que el pastor debe arriesgarse y «no se queda parado después de las desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe».

«No sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar por ella» y «como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano, siempre está en salida de sí mismo», dijo.

«El epicentro de su corazón está fuera de él: no es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres».

Respecto a «incluir», el Sumo Pontífice recordó que Cristo «no es un jefe temido por las ovejas, sino el pastor que camina con ellas y las llama por su nombre. Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él».

«Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos».

Es un «Ministro de la comunión, que celebra y vive, no pretende los saludos y felicitaciones de los otros, sino que es el primero en ofrecer mano, desechando cotilleos, juicios y venenos. Escucha con paciencia los problemas y acompaña los pasos de las personas, prodigando el perdón divino con generosa compasión. No regaña a quien abandona o equivoca el camino, sino que siempre está dispuesto para reinsertar y recomponer los litigios».

Por último, el Santo Padre explicó que el pastor debe «alegrarse». «Su alegría nace del perdón, de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa. La alegría de Jesús, el Buen Pastor, no es una alegría para sí mismo, sino para los demás y con los demás, la verdadera alegría del amor».
El sacerdote «es transformado por la misericordia que, a su vez, ofrece de manera gratuita». «Para él, la tristeza no es lo normal, sino sólo pasajera; la dureza le es ajena, porque es pastor según el corazón suave de Dios», destacó.